Antonio a la izquierda y Ramón a la derecha en los dos leones de Correos, en la plaza Topete o de Las Flores. En un león se echan las cartas al extranjero y en el otro las locales.
Arriba Ramón y yo
Abajo Antonio y yo
Quiero contar toda la historia de cómo los conocí, porque Cádiz es ahora Cádiz y Antonio y Ramón. Cádiz no es Cádiz para mí sin estos dos grandes amigos del alma.
Fui estas vacaciones de verano del 2012 a La tacita de plata o a La sirena del océano con mi hermana, en busca de sol y calor y porque mi amigo Sebastián es de allí y mi amiga Arancha de Sevilla. Ellos iban a pasar en Sevilla unos días y coincidimos, así que me quedé una noche en casa de los gentiles y hospitalarios padres de Arancha. María Jesús me hizo un efectivo recorrido por varios lugares importantes y conocidos de Sevilla, inclusive las setas. Con Arancha probé el maravilloso "tropical passion", el helado sorbete más fantástico y delicioso que he tomado en toda mi vida (de piña y mango, hmmmmm).
El 15 de julio, ya en Cádiz, quise tomar el autobús rojo, el turístico, para conocer más y enterarme de los lugares de esta histórica y milenaria ciudad. Me fui sola pues a mi hermana no le llamó la atención hacerlo, y al acercarme a la parada de bus cerca de la plaza del Mentidero vi a un señor ya mayor, sentado y me acerqué. "Perdón señor, me podría decir si el bus rojo, el turístico para en esta parada?"
No, me contestó, tienes que ir hasta la plaza de España, pero mejor toma el que yo voy a coger ahora, que te hace el recorrido igual y más largo, va más despacio y te cuesta menos.
Le hice caso, y ese fue el comienzo de una gran y querida amistad con él y con su amigo Ramón. Me quiso pagar el bus, se sentó a mi lado y me iba explicando todos los lugares del recorrido. Me mostró donde él vivía y antes de llegar me quiso dar su número de teléfono por si necesitaba algo. Pero no se bajó, cuidado, le dije, no sea que pierdas tu parada. No, me dijo, te voy a acompañar al recorrido de vuelta y así te enseño el resto.
Lo hizo, al final se bajó conmigo y ya a pie, me acabó de mostrar más lugares históricos con sus respectivas explicaciones y datos interesantes. Me alcanzó a hablar algo de su pasado y por lo que dijo pude deducir su posición política y religiosa, que por cierto concuerda con la mía.
Lo invité a una caña, pero no se dejó, dijo que son los hombres los que invitan, y a pesar de que le dije que no era nada moderno y que yo quería invitarlo, no me lo permitió.
Me acompañó a la Plaza San Antonio cerca de la del Mentidero, donde nos encontramos y antes de despedirnos me insistió en que lo llamara en caso de necesitar algo o de que pasara algo, que no dejara de contactarlo.
Al día siguiente fuimos mi hermana y yo a la playa y no lo llamé, pero al otro lo hice pues me pareció muy simpático y querido, quería verlo de nuevo y quedamos de encontrarnos en la Plaza de Las flores, cerca de correos, que llevara a mi hermana si quería.
Así lo hice y allí llegó con Ramón, su gran amigo. Desde ese día no quise perder el contacto con ninguno de los dos.
Son Antonio y Ramón excelentes personas, de esas que no es tan fácil encontrar hoy día, caballeros nobles, correctos, con un bagaje de experiencias y sabiduría, de una generosidad infinita, que dan sin esperar nada y de un gran corazón. Personas que a pesar de todo lo duro por lo que han pasado, están llenas de humor, de ternura para con los demás, de una palabra, un comentario, un saludo, de bromear con todos, por eso son mis équites de Cádiz: caballeros nobles en todo el sentido de la palabra. Conocen a medio Cádiz y medio Cádiz los conoce a ellos, son todos unos personajes. A través de ellos conocí a Eva, la vendedora de lotería con su risa de cascada que le encanta a Antonio, a Luis y su mamá, el de la fotografía, al Pecino del puesto de chucherías y almendras tostadas de la plaza de Las Flores y a varios más de las intrincadas callejuelas de Cádiz.
Me acompañaron hasta el final, cuando llegaron a la estación de bus a despedirme, sinceramente me conmovió, además me dio una tristeza enorme decirles adiós.
Me subí al bus y me dijeron al rato, niñaaa que nos vamos ya, no nos olvides, y yo con un nudo en la garganta y sin poder hablar los vi alejarse con su incansable "parloteo" para perderse entre las laberínticas callejuelas de Cádiz que ya me son tan queridas. Sé que los llevaré en mi recuerdo y en mi corazón por siempre.
Sé también además que no es éste el único ni el último comentario que incluyo en mi blog sobre ellos, que les dedicaré muchos porque han sido muchos los recuerdos y las huellas que han dejado en mí.
Gracias queridos amigos por todo el tiempo y detalles dedicados.
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